¡No!, no es cierto, sólo lo escribí porque creí que la nueva época de este blog debía iniciar con algo impactante... Lo cierto es que las adicciones comunes no se me dan: con el cigarro me ahogo, las drogas me dan miedo y con el alcohol, siendo testigo de múltiples estupideces relacionadas con su exceso, prefiero terminar antes de alcanzar la calidad de flamable.
Recientemente me hicieron una batería de estudios de los que resultó que o como mucha carne roja o, como Jack Bauer, soy un 24 (un te-por-ocho); la doctora, que se parece a Miguel Galván sin la tartamuda ni la simpatía, decidió que la causa de mi mal era la segunda opción.
Luego de repetirle en varias ocasiones que soy un bebedor social (aunque ahora no tengo vida social) y de levantarme para hacer un cuatro, esbozó una sonrisa de incredulidad a la que sólo podía seguir que en un gesto de compañerismo me invitara de la anforita que guarda en el bolsillo de su bata. La última parte no pasó pero es mi revancha por su juicio infundado.
Ya en el tema de las adicciones se me ocurre que pudiera ser deseable la adicción a:
- la disciplina
- el trabajo bien entendido
- el buen jucio
- el amor propio
- reflejarse en los ojos de alguien
- el roce de una piel
- la torta de huevo con chicharrones de harina
