Monday, April 21, 2008

¿Por qué el diminutivo?

Imagino el momento en que mis progenitores, después de un periodo de discusiones que se antojan bizantinas, decidieron cual sería el nombre con el que su hijo se incribiría con letras de oro en los anales de la historia. La elección: Luis Gerardo, aún cuando sonara telenovelero. De nada sirvió mi rimbombante nombre compuesto, fui Huicho desde el primer día.
Ya en la escuela voluntariamente fui Luis, Gerardo o incluso Luis Gerardo, confieso que esa combinación digna de Yolanda Vargas Dulché me hiperrecontrachoca. Hay que dejar claro que también hubo periodos en que fui conocido con otros motes que en este momento no abundaré.
De unos años para acá, me sorprende que casi todas (tooodas) las personas que conozco me llaman “Luisito”, entre ellas se encuentran mi jefe, mis compañeros de trabajo, mi dentista, los papás de mis amigos e, incluso, los conocidos de mis conocidos. Como también me choca que me Luisiteén, me dedicaré a dilucidar las causas del porqué el bendito diminutivo.
La primera razón del sufijo “ito” la ubico en mi estatura; como no desciendo de guerreros nórdicos, aun cuando tanto “Luis” como “Gerardo” tienen orígenes germanos, llegando al tope de mi potencial genético alcanzó apenas el metro con 60 centímetros de altura.
Otro motivo obvio es que mi cara no me ayuda ni a cobrar deudas ni a solucionar problemas por la vía de la fuerza, en otras palabras tengo cara de “síguele que yo aguanto”. Seguramente, el “Luisito” refleja cuan inofensivo me perciben.
Y como no encuentro muchas otras razones para mi malhabido mote, sólo albergo la esperanza de que quien me vuelva a llamar así lo haga porque yo signifique algo en su organigrama afectivo o porque me considere buena persona (sic).